miércoles, 15 de abril de 2015

Los Cristeros del Volcán de Colima, Inicia Libro 2o de la Defensa Armada del Movimiento

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA
 “LA DEFENSA ARMADA, LA ALBORADA DEL MOVIMIENTO CRISTERO”
Libro Segundo Indice

INDICE DE ESTE LIBRO
Capítulo primero
Hombres que prepararon la epopeya cristera
Ruit Hora. 
La génesis del movimiento. 
El iniciador de la cruzada en Colima. 
Incruentas aventuras. 
En la escuela oficial preparatoria de Guadalajara. Secretario general de la Sociedad de Alumnos en la preparatoria oficial de Guadalajara, Jal., su vida cristiana. 
El entonces asistente eclesiástico de la A.C.J.M. El nexo providencial. 
Capítulo segundo
¡Dios lo quiere!
La primera noticia en Colima del movimiento armado. Será cosa tremenda. 
Campaña de oración. 
La noche del año nuevo. 
Listo como balas. 
Llamas de expectación. 
La tremenda misiva. 
La proclama del movimiento. 
El telegrama esperado. 
Capítulo tercero
Locura divina
La oblación. 
Pasado el Rubicón. 
No avise a nadie. 
La última tarde en Colima. 
El chofer. 
Sublime locura. 
El éxodo. 

HOMBRES QUE PREPARARON LA EPOPEYA CRISTERA "RUIT HORA"
Finalizaba el año de 1926. Los perseguidores -veíamos- exacerbaban de un modo inaudito, aquí y en toda la República, sus vejaciones y atropellos a la Iglesia a la cual tenían consigna de aplastar. 
Todos los medios, por inicuos que fuesen, estaban a la orden del día: prisiones, golpes, torturas, destierros, asesinatos perpetrados con lujo de cruel barbarie, etc., el pueblo católico, en tanto, organizado admirablemente bajo la dirección de la Liga NaCional Defensora de la Libertad Religiosa, luchaba con la oración y los medios legales de protestas, manifiestos, peticiones, boycot; pero todo esto no hacía otra cosa que exacerbar la rabia de los tiranos. Probado estaba hasta la evidencia que todo ello no sólo era inútil, sino que no producía otra cosa que aumentar el incendio de odio que ardía en los hombres del régimen de la revolución, en contra de los católicos leales a Cristo y a la Iglesia.
Probado estaba también que Plutarco Elías Calles -el tirano de México--, en unión de sus cómplices, era un infame e injusto agresor y había justo y santo derecho para repeler la fuerza con la fuerza.
Nunca, jamás, a lo que creemos, podían tener aplicación más exacta y rigurosa, las doctrinas consagradas por Santo Tomás de Aquino, el P. Francisco Suárez y los más grandes teólogos católicos sobre la legitimidad, mejor dicho, necesidad de recurrir a la fuerza para salvar a la sociedad atacada en sus bases fundamentales: la propiedad, la familia y la religión.
En efecto, la defensa armada del pueblo católico de México en contra de la tiranía, no sólo era ya lícita sino un acto laudabilísimo y heroico: así lo reconoció el mundo católico, así lo afirmaron con palabras muy explícitas, consultados sobre el particular, suscribiendo con su firma aquel su testimonio, los teólogos y juristas más eximios de la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, como el P. De la Taille, el P. Oggetti, el P. Mostaza y el P. Arturo Vermeersch, entre otros; declaración que la Revista Católica de El Paso, Texas, hizo pública, y así lo declararon los Ilustrisimos Prelados Mexicanos.
Estaba el ejemplo de los Santos que, cuando fue necesario, recurrieron a las armas en defensa de la Iglesia: para algo están en los altares un San Bernardo, que no se contentó con escribir homilías patéticas para inflamar el valor de los cruzados, sino que reclutó soldados y los lanzó a la guerra; San Luis IX Rey de Francia, que se armó Cruzado contra los detentadores del Sepulcro de Cristo; San Pío V, el formidable Pontífice que organizó la armada que hundió en Lepanto el Poder de la Media Luna; Santo Domingo, que ordenó la Milicia de Cristo contra los albigenses; Santa Juana de Arco, la libertadora de Francia; Santa Catalina de Siena, que predicó la cruzada contra la cismática reina de Nápoles; y otros muchos. 
Para algo las Santas Páginas ensalzaron e inmortalizaron a Judith, la intrépida hebrea libertadora del pueblo de Israel: la virtud no está en el morir con los brazos cruzados, sino en el saber morir.
El mal no está en matar, sino en hacerlo sin razón y sin derecho.
Continuará












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