viernes, 14 de octubre de 2016

Los Cristeros del Volcán de Colima, Las Voces del Cielo

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMALas Voces del CieloViene de la edición anterior

La noche seguía silenciosa. El enviado se marchó; sus pasos se fueron alejando y se perdió en la sombra. Un rato después apareció de nuevo, mientras don Pedro, oculto en la obscuridad de su ventana, esperaba el regreso. - Don Pedro -dice-, nada hay, todo está en silencio.  - Vámonos acostando de nuevo -dice Dionisio Eduardo Ochoa.   - No -replicó don Pedro Ramírez-, esto no es casualidad. Esto es la voz del cielo. Y vámonos luego. Si nos entretenemos, quién sabe si no nos salvemos.  
- Pues si así ordena usted don Pedro, está bien, vámonos luego., -dijo Ochoa.  - No, yo no soy el que tengo que ordenar; yo únicamente advierto. Quien debe ordenar eres tú; pero yo sí creo. que esta es la voz de Dios; la voz de Díos que nos avisa que debemos salir inmediatamente.   - Pues vámonos -dice Dionisio-. ¡Arriba con todas las chivas! - ordena él a sus compañeros.  
Y tomaron sus armas en que estaba todo su capital humano: la pistolita niquelada 32-20; el pistolón viejo, la carabina 30-30, el machete, la linterna de mano, otra pistola que había conseguido Anguiano Márquez y una máquina de escribir, que don Pedro Ramírez había obtenido prestada, sin dar plenos detalles de sus intenciones, con el Párroco de San Jerónimo, el Padre don Ignacio Ramos que en esos días, bastante enfermo, se encontraba allí mismo en Tonila, disfrazado y oculto.
Y a pie, cargando sobre sus espaldas todo este equipo de locura quijotesca de aventura divina, se marcharon los muchachos, cuesta arriba por la callejuela fea y llena de piedras -la Prisciliano Sánchez-, para continuar por el camino a la ranchería de Caucentla, Jal.
Y las cosas sucedieron como en prodigiosa visión habían sido vistas: aún no amanecía, cuando gente armada llegaba a Tonila y cateaba la casa de don Pedro Ramírez en busca; de lo que los hombres de Calles también ya con certidumbre presentían: un movimiento armado en gestación. No había duda: aquella pesadilla, que al igual y en el mismo momento, don Pedro Ramírez y Dionisio Eduardo Ochoa habían tenido y aquellas voces que en aquel sueño oyeron, no habían sido casualidad: Dios quiso hablarles de ese modo. La cuna del movimiento cristero se había salvado; habían sido voces del cielo.....  Continuará....






















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